jueves, 2 de mayo de 2024

Nos gusta. Lo vivimos.


 El fuego del spanking te quema desde que te levantas hasta que te acuestas.


Algunos vivimos este delicioso infierno desde que tenemos uso de razón.  Desde niños.

Otros lo descubrís más tarde. En cualquier caso es algo cotidiano. Cualquier situación, en principio aséptica, que vivimos a diario, se puede convertir en una hipotética vivencia spanka.

Fantaseamos con un rostro que vemos en el autobús, con una palabra que escuchamos a alguien en el paraque o con una escena con la que nos topamos en la oficina.

Culos rojos, mejillas humedecidas por lágrimas abrasadoras, súplicas repletas de deseo y percusión de la carne contra el objeto que nos suena como música celestial.

Qué haríamos sin spanking, qué no haríamos por vivir el spanking como deseamos.

Bendita adicción. 

domingo, 10 de marzo de 2024

Lluvia de verano







El calor del verano temprano hacía que todo pareciese suceder a cámara lenta. Bajo el movimiento ondulante y perezoso del ventilador del techo, los muebles de la sala de estar adquirían un aspecto onírico, borroso.

Mientras hacía zapping en la televisión, escuchaba a Lorena trastear en la cocina. El tintineo del hielo cayendo en un vaso de cristal y el burbujeo de la Coca Coca chocando contra las paredes del recipiente me hacían visualizar la escena con cierta envidia. Mi espalda se pegaba al respaldo de un sofá de cuero entre cómodo y hostil.

El estallido agudo seguido del susurro metálico de los cristales rodando por el suelo me sacaron de mi sopor. 

-—¿En serio, Lore? —la grité desde el cuarto de estar—. Recógelo todo bien y ten cuidado no te vayas a cortar.

—¡Sí, no te preocupes! Me estoy volviendo una experta en barrer cristales rotos, jijiji...

Me molestó un poco la risilla que dejó salir (tal vez con toda la intención) ya que era el segundo vaso que rompía en lo que llevábamos de fin de semana. Lorena es una chica adorablemente despistada pero una cosa es la torpeza intrínseca y otra es no poner atención deliberádamente, y encima reírte la gracia a ti misma.

Estaba reflexionando sobre tan vitales cuestiones cuando llegó a mis oídos un explícito y rotundo "¡mierda!".

No me quedó más remedio que levantarme pese a las reticencias de mi sofá que se empeñaba en retenerme tirando de la piel de mi espalda por medio de su pegajoso tejido.

Me quedé apoyado en el marco de la puerta, en silencio, presenciando el espectáculo, mientras Lorena se esforzaba, sin mucho acierto, por contener el agua que se derramaba en abundancia desde el borde de la encimera hasta el suelo parcialmente encharcado.

Cuando se percató de mi presencia cruzó sus manos tras la espalda, ladeó la cabeza y me dedicó una de sus encantadoras sonrisas inocentes, carentes de toda inocencia, y un "¡hola!" que me hizo desear abrazarla y matarla a la vez.

—¿Se puede saber qué ha pasado aquí?

—He tenido un problemilla con el grifo de la pila mientras recogía los trozos de vaso y se me ha desbordado un pelín... pero ya está controlado, ¿ves? 

Terminó la frase con otra de sus sonrisillas tiernas a la par que burlonas. Tenía la camiseta de tirantes negra de andar por casa empapada, y sus pies descalzos chapoteaban en el charco de agua que se había formado, rodeados de cristales que flotaban a su alrededor y rozaban sus talones como pequeños icebergs cortantes.

—¿Qué tal si cierras el grifo, Lore?

—Ah, pues también... jijiji.

—Veo que te hace gracia el desastre que acabas de liar. Además, podías haberte cortado.

Ambos sabíamos desde ese último "jijiji" como terminaría la situación. Es más, ella lo sabía desde su primera diabólica sonrisa que acompañó a aquel "hola". Esa sonrisita fue el verdadero desencadenante de la azotaina que estaba a punto de recibir. Dios, como adoro esa sonrisa.

—Ven aquí. 

Exentdí mi mano hacía ella para que pudiera salir del charco sin cortarse con los cristales. Vaciló unos instantes, se cruzó de brazos e hizo una especie de puchero con el labio inferior pero aceptó mi ofrecimiento. Cogí la cuchara de madera y la llevé de la mano al cuarto de estar.

Sentado en el caluroso sofá de cuero, la hice un gesto para que se tumbase sobre mis rodillas. Ella me miraba de pie, enfurruñada y, de nuevo, cruzada de brazos. Dudó un momento; levanté una ceja y, tras dar un par de pisotones de resignada frustración contra el suelo, obedeció y se tumbó encima de mis piernas.

Noté como se acomodaba en mi regazo. Levantó sensiblemente el culo y separó un poco las piernas. No tuve que decirla que lo hiciese. De hecho no tenía intención de decírselo. No había ninguna duda de que aquella sonrisa estaba pensada con este fin.

La bajé hasta las rodillas el pantalón corto del pijama. Acaricié sus nalgas, ligeramente más pálidas que el resto de su piel bronceada por las tardes estivales de sol y piscina. Sentí como se aceleraba su respiración. 

Los primeros azotes parecieron servirla para acomodarse a la situación. Durante esa primera tanda con mi mano, soltó algunos débiles gemidos. Apenas se movió, más allá de alguna elevación puntual de la cadera, apenas perceptible, cuando subía la intensidad. Lejos de huir del castigo, lo buscaba.

Tras unas breves caricias en el trasero que apenas empezaba a coger color, y un par de reproches a cuenta del estropicio y su indolencia ante el mismo, reanudé la azotaina. Ella seguía respondiendo con leves murmullos ininteligibles.

Aceleré el ritmo y aumenté la intensidad. Mi mano empezaba a marcarse cada vez con más claridad en sus nalgas y Lore comenzó a moverse de lado a lado. Los azotes empezaban a picarle y los gemidos, se hicieron más frecuentes. El minúsculo pantalón amarillo del pijama resbaló hasta sus tobillos y de ahí hasta el suelo.

—Jo, papi... —la escuché decir con la voz amortiguada por un cojín del sofá—.

Aquellas dos palabras, más que una protesta, fueron un anhelo camuflado de queja para que aumentase la intensidad del castigo, algo que iba a hacer de todas formas.

Y así fue. Los azotes empezaron a ser realmente fuertes. Sentía un hormigueo generalizado en la palma de mi mano y el culo de Lorena ardía como la frente de alguien con cuarenta de fiebre.

Su cuerpo se retorcía y tuve que sujetarla con fuerza por la cintura para que no escapase del castigo que empezaba a odiar pero también a desear con más vehemencia. 

Ante la imposibilidad de seguir con su febril contoneo, intentó taparse con el dorso de la mano.

—Mala idea, Lorena. No has debido hacer eso. 

Sujeté su mano tras la espalda y cargué parte de mi cuerpo sobre el suyo para inmovilizarla por completo. Una vez bien amarrada descargué una fuerte y rápida tanda que la hizo gritar abiertamente y patalear con desesperación. 

Su cuerpo de había ido resbalando de cintura para abajo en dirección al suelo. La cogí por los muslos y la volví a colocar sobre mis rodillas en posición completamente horizontal.

Volví a sentir como se acomodaba, esta vez con ansia, como si quisiera fundirse con mi regazo. Jadeaba. Empecé a acariciarle los cachetes, completamente enrojecidos. Levantaba el culo, ya sin ningún disimulo y movía la cadera de un lado a otro. 

"¡PLAS!". —Levántate. —La dije después de aplicarle una sonora palmada en el trasero que sonó como un pistoletazo de salida—. Ponte de rodillas en el sofá e inclinate sobre el respaldo. No hemos terminado todavía. 

—Pero papi... ya me has castigado y me duele mucho el culito... ¿Por qué no me perdonas?

Otra vez el puchero. Me miraba con la cabeza ligeramente agachada y sus enormes ojos color avellana brillaban como los de los dibujos Manga japoneses. 

Empujé su barbilla hacia arriba con mi dedo índice y la miré fijamente sin decir palabra. Nuevamente me atacó con su sonrisa. Pero esta vez era una sonrisa diferente. Era una sonrisa de complicidad. Una sonrisa fugaz que contradecía sus palabras y que expresaba deseo.

—No me hagas repetírtelo, pequeñaja.

Obedeció y se puso en posición separando las piernas por iniciativa propia. Acaricié sus nalgas con el dorso de madera de la cuchara. Le di un par de golpecitos suaves en cada cachete, a modo de calentamiento. La vibración hizo que un hilito brillante se descolgase lentamente de su entrepierna y quedase suspendido a pocos centímetros de su vagina. 

"¡PLAS!"; con el primer azote dio un respingo. Pareció cogerla por sorpresa. "¡PLAS!"; el segundo la hizo encogerse un poco e inclinarse hacía el lado izquierdo, como buscando el contacto contra mí a modo de consuelo.

Pronto los azotes espaciados entre sí dieron lugar a un ritmo más constante. Los golpes eran cada vez más fuertes y seguidos. Cada vez que la cuchara impactaba en el culo, la zona adquiría un tono blanquecino por unos instantes para convertirse enseguida en un rojo brillante.

Lorena estaba al límite. Subrayaba cada azote recibido con un gritito ahogado. Hizo varios amagos de taparse el culo con su mano derecha pero desistió de ello. Sabiamente.

El hilito brillante y viscoso que colgaba de su humedo sexo, seguía descendiendo y balanceándose. Ya solo le separaban un par de centímetros del sofá.

Paré de azotarla y ella se destensó visiblemente. La agarré del pelo y tiré levemente hacía atras para encontrarme con su mirada. Tenía los ojos llorosos pero no derramó una lágrima. La boca entreabierta... la besé. Fue un beso húmedo y salvaje, especialmente por su parte. Parecía querer devorarme. 

Volví a colocarme tras ella y vi que el hilo de flujo había desaparecido, sin embargo había tres gotitas sobre la tapicería de cuero del sofá.

Acaricié con la cuchara su dolorido trasero y volvió a tensar cada musculo de su cuerpo. Sabía perfectamente que el castigo se terminaba pero que el final iba a ser difícil. 

La última descarga fue corta, unos diez o doce azotes, pero fueron los más duros. Lorena soltó varios gritos ahogados y terminó derrumbándose sobre su costado izquierdo sin apartar del todo las manos del respaldo del sofá. Enseguida volvió a la posición requerida.

Solté la cuchara de madera sobre la mesita y me acerqué lentamente. Le ardía el culo. Le palpitaba el coño. Estaba empapada.

Acaricié su enrojecido trasero con la llema de mis dedos dejando un surco blanco que enseguida se volvió a tornar rojo. Lorena temblaba. El corazón, se le salía del pecho. 

Recorrí sus nalgas con mis uñas, dibujando círculos y en ese momento, mientras Lore se estremecía y gemía sin consuelo, escuché el ruido de la lluvia golpeando sobre el toldo de la terraza. Una de esas tormentas veraniegas que apenas duran unos minutos.

No, no era eso. Mi pequeñaja había explotado en un orgasmo tan intenso que había descargado sobre el cuero negro del sofá toda la excitación que había ido acumulando desde que se le metió en su preciosa cabecita, que hoy le tocaba cobrar.

Lore cayó desfallecida en el sofá, hecha un ovillo. Aún temblaba. Estaba dolorida y satisfecha. Me miró sonriendo complacida, con los ojos llorosos. La besé en la frente y la dije:

—Ahora Levántate y limpia todo el estropicio.


FIN.








sábado, 2 de marzo de 2024

Un año después

 













Hace un año que no escribo en el blog. Temas personales, y especialmente laborales, me han mantenido alejado del teclado. Es cierto que podría haber sacado algún rato libre en este tiempo pero en las pocas horas ociosas de las que dispongo prefiero mantenerme alejado de las pantallas, puesto que son mi día a día. 

El caso es que aquí estoy, con ganas de volver a escribir sobre spanking. Y voy a retomar esta bitácora con un tema que os interesará a algunos y os aburrirá a otros pero como es mi blog, pues es lo que hay 😜: mi experiencia "spanka" en este último año.

Y dicha experiencia se puede resumir de muchas formas pero la más ilustrativa es que, durante este tiempo, sólo he desempeñado el rol de spankee

Como ya sabéis quienes habéis leído este blog, soy switch aunque con una marcada tendencia Spanker. Sin embargo, en casa solo tengo la oportunidad de ejercer como "azotado". 

He sido castigado aproximadamente una vez al mes durante un año y debo decir que cuando se acerca el día pertinente se me revolucionan esas típicas mariposas en el estómago que siente toda persona que va a "cobrar".

Disfruto muchísimo de ser el receptor de una buena azotaina. El ardor en el culo, el sentimiento de vergüenza, el tacto de los muslos de mi azotadora mientras estoy recibiendo el castigo...

Pero echo de menos el tener a una jovencita impertinente sobre mis rodillas.

La cabra tira al monte y mi lado Spanker lucha cada día por salir. Cuando voy en el metro a trabajar, de buena gana regañaría a alguna chica que lleva la música en el móvil para que la escuche todo el vagón (en serio, ¿no tenéis cascos? y lo que es peor, en serio, ¿reggueton?) pero como es obvio, no puedo dar rienda suelta a mi instinto ya que no tengo tiempo para perderlo en comisaría...

En definitiva, voy a centrarme en satisfacer mi faceta Spanker aunque sin renunciar a mi cita mensual con la cuchara de madera que también me tiene enganchado pero que, como dicen los cursis, "va de soi".

Retomar el blog me ayudará a no acomodarme en mi agradable status quo, así que jovencitas rebeldes que me leéis y que vivís en la Comunidad de Madrid, temblad porque estoy de vuelta 😈



domingo, 5 de febrero de 2023

No pierdas la esperanza en el spanking









Hace poco, un miembro de mi grupo de Facebook, (grupo que lleva el mismo nombre que este blog y al que os invito a uniros) planteó algo que a todos nos ha pasado en mayor o menor medida; el desánimo y las ganas que a veces sentimos de abandonar el mundillo del spanking.

Es muy frustrante no encontrar a alguien con quien compartir nuestra pasión. Y no nos engañemos, es difícil dar con esa persona. A veces parece una misión imposible

Es cierto que hay grupos como el mio en Facebook, páginas webs, blogs, etc., pero los más activos y que cuentan con más cantidad de miembros suelen ser comunidades dedicadas al BDSM en general, no tan orientadas al spanking, que es lo que buscamos l@s spankos.

También se puede recurrir a los chats pero en ese caso ocurre lo mismo; la gran mayoría de gente que los habita (aquí dejamos fuera a lo "trolls", curiosos, bromistas, bots y demás fauna) pertenecen al círculo del BDSM y no tienen la misma pasión por el spanking que tenemos nosotros. 

Por último queda el recurso de los anuncios clasificados. A mí es donde mejor me ha ido. Por este medio he conocido a gente estupenda (también gente que no lo era tanto) y he tenido sesiones de lo más satisfactorias. Por desgracia, la principal plataforma de contactos de este tipo, Pasión.com, fue clausurada por una ley absurda, por lo tanto esta opción de los anuncios clasificados ha perdido gran parte de su efectividad. 

Hay otra manera de encontrar a alguien con quien disfrutar del spanking y es en el mundo "vainilla". 

Cuando tienes una relación desde hace tiempo con una persona ajena al mundo de los azotes y nunca has sido capaz de confesarle tu pasión por el spanking, puede resultar difícil decírselo. Nos asaltan los tubués, los miedos y los prejuicios. Nos da vergüenza lo que pueda pensar o incluso tememos que cambien sus sentimientos hacia nosotros

En cualquier caso, si el spanking es para ti tan importante como supongo que es, por eso estás leyendo este blog, te animo a que se lo digas abiertamente. Y si de alguna manera te rechaza por el hecho de que ames el spank, tal vez no sea la persona adecuada para ti

Por último, dentro de la estrategia de encontrar a tu spank@ en el mundo "vainilla", existe la opción de hacérselo saber a tu contraparte en el momento en el que os estáis conociendo. 

Cuando dos personas empiezan a interactuar con intenciones "románticas" es importante poner todas las cartas sobre la mesa. Uno debe abrirse y ser receptivo a la apertura del otro. Queremos confirmar si esa persona que nos atrae es la adecuada y si el feeling es auténtico y duradero. Para ello necesitamos ir conociéndola, por eso, y con la intención de mostrarnos cien por cien como somos, es buena idea ser claros y decirle a nuestra futura pareja lo importante que es para ti el spanking

Como es lógico no se lo vas a soltar de sopetón en la primera cita, pero cuando empieza a haber un cierto grado de intimidad y confianza sí que es aconsejable hacérselo saber

No te prives de la posibilidad de disfrutar del spanking con esa persona especial por el miedo al "qué dirá". ¿Qué importa si sale mal?, al fin y al cabo solo os estáis conociendo. Pero si sale bien... ¿Te imaginas convivir con alguien a quien puedes dar o de quien puedes recibir una buena azotaina en cualquier momento y situación cotidiana? Un sueño hecho realidad

En mi caso ha sido más o menos así. Digo más o menos porque si se es "vainilla" no se puede transmitir en una sesión lo mismo que transmite un verdadero spanko, pero desde luego es mejor que vivir frustrado sin poder realizar nuestra fantasía.

Me explico: yo conocí a la que hoy es mi pareja en una aplicación para ligar. Una aplicación que nada tenía que ver con el mundo spanko o "bdsmero". Opté por dejarla claro mi condición spanka. Ella se mostró receptiva pero también me aclaró que no la gustaba al mismo nivel que a mí. Aún así me dijo que no tendría problema en satisfacer mis apetitos "azoteriles" cada cierto tiempo. 

Cómo ya he dicho ella es "vainilla" y aunque no le desagrada recibir unos azotitos de vez en cuando, dista mucho de aguantar una azotaina en condiciones, por lo tanto llegamos al acuerdo de que sería ella la que me castigaría a mí una vez al mes. 

Hoy es domingo, 5 de febrero, y hoy es ese día del mes en el que recibo una merecida azotaina

En el momento en el que termino de escribir este artículo soy consciente de que en un par de horas estaré tumbado sobre las rodillas de mi chica con el culo ardiendo

No te prives a ti mismo/a de esta posibilidad. Persiste y busca por todos los medios a esa persona con la que disfrutar del spank. La espera y el esfuerzo compensan con creces










martes, 31 de enero de 2023

Fumar a escondidas perjudica la salud









En el internado no había mucho que hacer. Esto era un peligro para una chica tan inquieta como Marian, siempre en busca de nuevas emociones y una capacidad para aburrirse fuera de lo común. 

Acababa de empezar el tercer trimestre de su primer año como interna y durante este tiempo había tenido varios altercados con otras chicas del instituto y traía de cabeza a todos los profesores, excepto a uno, que pese a ser un tipo estricto y chapado a la antigua, había conectado con la joven y ella, más o menos, se comportaba en su presencia. No era una cuestión de miedo o de especial respeto, simplemente había algo en él que hacía que a Marian le cayese bien.

Había terminado la clase de educación física y era uno de esos días de finales de abril en los que el sol empieza a calentar. Pese a que ya utilizaban la ropa deportiva de verano, con su pantalón corto y su camiseta sin mangas, la primavera empezaba a pasar factura y el calor incipiente había hecho que las mejillas de Marian cogieran un tono rosado por el ejercicio, y su ligera ropa se le pegaba al cuerpo por el sudor.

Subió a su habitación para cambiarse antes de bajar a comer y se alegró de que su compañera Carlota ya hubiera bajado, no la soportaba e intentaba cruzarse con ella lo menos posible. Era una niña pija de familia adinerada. Aunque Marian en el fondo también lo era, su padre era un gran empresario del calzado y nunca la había faltado de nada, ella se veía distinta. Ella era rebelde, auténtica. Una chica de barrio que estaba en el sitio equivocado. 

Antes de que la metiesen en el internado frecuentaba compañías poco recomendables y se metió en varios líos. Como cuando se montó con Carlos en aquella moto robada, sin casco, por supuesto. Aquella noche, cuando su padre abrió la puerta de casa y se encontró a una pareja de la Policía Nacional que traía a su hija agarrada del brazo, fue la gota que colmó el vaso. Esa noche su pasaporte hacia el internado quedo sellado. Se acordaba tanto de Carlos...

Mientras apuraba el cigarrillo que fumaba sentada en alfeizar del gran ventanal, un ruido en el pasillo la hizo emerger súbitamente de sus recuerdos y su reloj Casio la devolvió a la realidad. Hacía cinco minutos que tenía que estar en el comedor y ni siquiera se había cambiado de ropa todavía. Tiró el pitillo al jardín y se abrió la puerta de la habitación, mientras ella cerraba la ventana a toda prisa e intentaba disipar el humo como podía. Al ver a don Jaime, su profesor "favorito", entrar en la habitación, quedó sorprendida. Él no suele encargarse de subir a los dormitorios a buscar a alumnas rezagadas.

-¿Qué hace aquí todavía, señorita Marian? Hace diez minutos que debería estar en el comedor. 

-Lo siento, don Jaime, me encontré algo mareada después de la clase de gimnasia y necesitaba que me diese un poco el aire. Enseguida bajo, voy a cambiarme. 

Mientras abría las puertas del armario y buscaba compulsivamente algo de ropa que ponerse, sintió la mano de don Jaime que la agarraba del brazo. 

-Con las prisas ha olvidado usted algo. 

Antes de darse la vuelta, Marian ya sabía de lo que hablaba. 

Al girarse, su rostro palideció como una señal que confirmaba sus temores. Los ojos acusadores de don Jaime asomaban por encima de sus gafas, mientras sostenía en su mano el paquete de Lucky Strike. 

-Sabe usted que está terminantemente prohíbido fumar dentro del centro, más aún en las habitaciones. 

-Yo... 

-Silencio -la interrumpió bruscamente el profesor-.

Algo se revolvió dentro de Marian. Ante cualquier otra persona, profesores incluídos, no se habría dejado intimidar, habría respondido, habría sido incluso grosera, hiriente, y ese fue su primer impulso. Pero sin saber bien por qué, se contuvo. No fue miedo sino esa especie de influjo que don Jaime ejercía sobre ella. Había algo en su forma de moverse, de hablar e incluso de vestirse, que hacía que Marian cooperase casi de buena gana. Casi. 

Pero lo que el profesor la ordenó después de mandarla callar la dejó petrificada. "¿De verdad me acaba de pedir que me baje los pantalones?", "¿qué coño le pasa, se ha vuelto loco?". 

-No pienso bajarme los pantalones. No se le ocurra acercarse a mí. 

Don Jaime se quitó las gafas lentamente y las dejó sobre el escritorio. Mientras se desabrochaba el cinturón, dio dos pasos hacia Marian y la susurro al oído, subrayando cada palabra:

-Bájate los pantalones y túmbate boca abajo sobre la cama. No te lo repetiré más. 

La suave pero autoritaria voz de aquel hombre penetró en la mente de Marian y tuvo el mismo efecto que si apretase un interruptor; la joven obedeció e hizo lo que su profesor le ordenaba. 

El primer correazo mordió la piel de la muchacha. Sintió un breve pero intenso quemazón. Instintivamente se giró hacia su castigador y vio a un hombre completamente determinado a hacerla aprender una lección. Sintió hacia él una especie de agradecimiento. De repente sintió como que necesitaba aquello. 

Después de ese primer correazo, don Jaime siguió castigando el culo de su alumna. El cinturón impactaba sobre el culo cubierto parcialmente por unas pequeñas y finas  braguitas blancas que no ofrecían prácticamente ninguna protección a la joven.

Con cada azote, el cuerpo de Marian daba un respingo. Después de una docena de correazos empezaba a dolerle de verdad. Sudaba. 

Don Jaime se remangó. Puso su mano izquierda sobre la espalda baja de Marian para que no se moviese y la dio una rápida serie de golpes con el cinto que la hicieron gritar por primera vez. Cuando terminaron los correazos jadeaba como si acabase de correr una maratón. Su cuerpo estaba tenso como las cuerdas de una guitarra. 

-Levántese, señorita -dijo don Jaime mientras volvía a ponerse el cinturón-. 

A Marian le ardía el culo. Tenía ganas de llorar pero no de dolor, ni de vergüenza. Tenía ganas de abrazar a su profesor pero también se contuvo. Lo que no tenía era la menor idea de por qué sentía esas cosas. Profesor y alumna se miraban fijamente, como queriendo leerse la mente. 

Sin dejar de mirarla, don Jaime señaló el cepillo del pelo que había sobre la mesilla de noche y la ordenó que se lo trajese. Ella, ruborizada, siguió con los ojos clavados en los de él durante unos segundos y obedeció. El profesor se sentó en la cama y la bajó las bragas hasta los tobillos. En ese momento los enormes ojos azules de la joven se llenaron de lágrimas, le entregó el cepillo a su profesor y se tumbó sobre sus rodillas. 

¡PLAS!, primer azote. ¡PLAS!, segundo. ¡PLAS!, tercero... Durante los primeros dos o tres minutos, los azotes fueron espaciados unos de otros en intervalos de unos pocos segundos. Marian ya había roto a llorar pero lo hacía en silencio mientras aceptaba su castigo con una resignación nunca vista en ella. La dolía el culo pero podía aguantarlo. 

De repente don Jaime se detuvo. 

-Marian, desde que ingresaste en el internado vi en ti algo especial. Siempre supe que no eras como tus compañeras. Tienes un fuego dentro de ti que, si lo controlas, te empujará a hacer cosas maravillosas en la vida. Pero si no lo dominas te quemarás en él. Tienes que aprender a enfocar correctamente esa llama y, de momento, solo hay una forma de que aprendas a hacerlo. Prepárate...

Don Jaime sujetó con firmeza a Marian por la cintura. La joven adivinó lo que se le venía encima y cada musculo de su cuerpo se puso en tensión en un acto reflejo. Agarró la pernera del pantalón del profesor y se preparó... 

Una lluvia de azotes fuertes y secos empezó a caer sobre el culo desnudo de la muchacha que se retorcía y pataleaba. La que fue piel suave y ligeramente bronceada de su trasero antes de empezar la azotaina, se iba tornando de un rojo intenso que empezaba a volverse granate en algunas zonas. 

Los azotes no cesaban y la pobre Marian se agitaba como un caballo salvaje en mitad de esa vorágine de azotes violentos que imactaban uno tras otro, a toda velocidad sobre su maltrecho culo. 

Aquel llanto silencioso de hacía unos minutos se había convertido en una sucesión de gritos desesperados de dolor e impotencia. Marian moqueaba y babeaba. Lloraba y se retorcía, sin ser consciente de nada más que del estruendo del cepillo contra sus nalgas que la estaba martirizado. 

Por fin, la tormenta cesó. 

Agarrándola del brazo, el profesor la ayudó a ponerse de pie mientras la joven sollozaba sin poder controlarse. Las lágrimas surcaban sus mejillas coloradas, como afluentes de ríos desbordados. Algunos mechones de pelo rubio se le habían escapado de la coleta y se le pegaban a la cara en esa mezcla de sudor, lágrimas y mocos que ensuciaban su aniñado rostro. 

Don Jaime levantó su barbilla con el dedo índice para encontrarse con sus ojos empapados y enrojecidos. En cuanto sus miradas se cruzaron, la muchacha se abalanzó sobre el profesor, abrazándole con  todas sus fuerzas, enterrando la cara contra su pecho y de nuevo rompió a llorar, mientras inconscientemente musitó, casi inaudible:

-Gracias, "papá". 


FIN











miércoles, 25 de enero de 2023

El recurso del pataleo











Durante los años que llevo en este mundillo del spanking me he encontrado con chicas más expresivas que otras a la hora de enfrentarse al castigo. Desde las que no movían apenas un musculo durante la sesión y encajaban los azotes con absoluta resignación y entereza, hasta spankees que gritaban, lloraban y pataleaban desesperadamente.

Para mí no hay nada como ver derramar a la spankee sus tiernas lágrimas mientras la estoy aplicando el castigo que merece. Al igual que siento una gran satisfacción cuando, presa de la desesperación, la pobre empieza a patalear nerviosamente al sentir como aumentan la fuerza y carencia de los azotes. Admito que los gemidos y sollozos que producen una buena azotaina son música celestial para mis oídos.

Dar rienda suelta a este tipo de comportamiento de la spankee durante la azotaina tiene otros beneficios. 

Por ejemplo, realza la parte "infantil" de la spankee. El pataleo y el llanto de la chica (o el chico) a la que estamos castigando, la hace lucir como lo que seguramente es; una niña malcriada a la que hay que disciplinar por mucho que ella no esté de acuerdo. 

También aporta verosimilitud y realismo al castigo. Qué duda cabe de que unos azotes bien dados provocan una reacción en nuestra contraparte y qué reacción hay más natural y más típica en una spankee que esos pataleos y contorsiones tan genuinas. 

Otro beneficio importante es el feedback que estas reacciones aportan al Spanker. Cuando la chica no puede evitar mover las piernas arriba y abajo como si tuvieran vida propia, quiere decir que los azotes están causando el efecto deseado. Duelen. Y ella está siendo consciente de que lo que ha hecho está teniendo consecuencias. Por otro lado también es importante ese feedback de cara a la seguridad. Un buen Spanker sabrá si debe bajar el ritmo al percibir una desesperación "fuera de tono" en esa agitación. Puedo decir por experiencia que las spankees no decís la palabra de seguridad aunque lo estéis pasando realmente mal por no romper la magia de la azotaina. Darse cuenta de que se está en ese punto es una sensibilidad que no es fácil de explicar pero que todo buen Spanker debe tener. 

Un beneficio añadido es el que le aporta a la spankee. Cuando la azotaina se torna especialmente severa, poder canalizar ese dolor y esa tensión de alguna manera ayuda muchísimo a sobrellevar el "mal trago". No tiene que ser un pataleo, el mero hecho de desahogarse gritando, llorando o quejándose, es suficiente. Yo también he cobrado así que sé de lo que hablo 😜. 

Los gritos y las pataletas están bien pero como casi todo en esta vida, con moderación. Si la spankee se vuelve demasiado inquieta hasta el punto de volverse incontrolable, habrá que enseñarla donde está el límite y hacerla saber que debe parar si no quiere agravar su situación. 

Para terminar, quiero puntualizar que en ocasiones, imponer a la spankee la prohibición de quejarse y/o moverse durante el castigo, también tiene su aquel y puede ser tremendamente morboso para ambas partes pero yo soy claro partidario de que la muchacha se exprese con libertad y dé rienda suelta a sus pasiones "spankeriles". 

Y tú, ¿qué opinas del recurso del pataleo? 

Te leo en los comentarios 😉






sábado, 21 de enero de 2023

Spanking y sadomasoquismo











Hablando esta semana con una spankee sobre sus límites, antes de quedar para una sesión, se me planteó un tema interesante. Es la relación entre spanking y sadomasoquismo. Una relación que es obvia, ambas cosas están estrechamente unidas pero en unos spankos más que en otros.
Siempre he dicho que el placer del spanking nace en un 80% de lo psicológico, y sigo pensándolo. Es decir, para mí la salsa de todo esto no son los azotes en sí, sino el contexto, el juego previo, la interacción personal, las conversaciones, etc. 

Pero no podemos obviar la importancia de los azotes y con ello la intensidad de los mismos. 

Una azotaina que se queda corta en intensidad, que no pica, o mejor aún, que no duele, es una azotaina descafeinada. Para mí que soy switch, no hay nada más frustrante que quedarme con ganas de haber recibido más azotes o que hayan sido más intensos de lo que fueron. Y me consta que es algo que también les pasa a muchas spankees. 

Esto, como es lógico, no es más que mi preferencia personal, habrá much@s spankos que prefieran las azotainas más lights, lo cual es respetabilísimo. 

Con esto quiero decir que el sadomasoquismo, que a grandes rasgos, no es más que el placer por causar o recibir dolor a otra persona, es algo que está muy presente en el spanking. 

Ojo, no confundamos sadomasoquismo con látigos, cuero, látex, y toda la parafernalia del BDSM. Hablo del sadomasoquismo dentro del spanking. El placer por recibir y aplicar una azotaina que duela de verdad, de esas que estás deseando que termine porque ya no puedes más; de esas que antes de empezar quieres pero no quieres recibir; de esas que piensas: "en qué hora me he tenido que meter en este lío" pero al rato estás contando los días o las horas para volver a "pasarlo mal". 

Para mí no hay nada como una de esas azotainas duras, que duelen de verdad, en las que él culo queda de un rojo brillante y las lágrimas resbalan por la mejilla de la spankee mientras me mira arrepentida de sus fechorías. 

Sobra decir que si os gusta el spanking severo como a mí, con más motivo tenéis que fijar unos límites previos y una palabra de seguridad y llevarlos a rajatabla tal y como los dicte la persona a la que vais a azotar, que no nos engañemos, al final es quien manda. Y así es como debe ser. 

Este post tan trascendental (😂) ha sido una reflexión mañanera de sábado, que hago desde debajo de las mantas de mi cama mientras veo escalar el sol lentamente a través de mi ventana. 

Y tú, ¿qué opinas?. Déjame tu comentario en el blog y si te ha gustado este artículo, ¡compártelo en tus redes sociales!

Qué paséis un buen finde lleno de azotes y regañinas. 

Nos gusta. Lo vivimos.

  El fuego del spanking te quema desde que te levantas hasta que te acuestas. Algunos vivimos este delicioso infierno desde que tenemos uso ...