domingo, 16 de octubre de 2022

El valor del dinero (relato)

 Cuanto más miraba la aplicación de su banco en el móvil menos lo entendía. ¿Cómo había podido gastar tanto dinero en Amazon en apenas dos semanas? Ya habían hablado otras veces sobre el límite de gastos en compras por internet. 

 A Carolina le gustaba comprarse caprichos y cosas que no necesitaba y de las que se cansaba enseguida: fundas para el móvil, ropa que después no se ponía, etc., por no hablar de los cascos inalámbricos. Tenía un verdadero don para perderlos, y claro, según se perdían los tenía que "reponer". Así lo hizo otra vez.

 Esto fue la gota que colmó el vaso y la paciencia de Daniel se terminó al ver que encima se había comprado un modelo especialmente caro que la había prohibido expresamente comprarse, precisamente por su tendencia a hacerlos desaparecer.

-Casi 120 euros en menos de dos semanas, no es de recibo. Esto no puede seguir así. Encima te has comprado los cascos que te dije que no te compraras. 

-Ya, se me ha ido un poco la mano últimamente... lo siento. Se acabo Amazon para mí durante una temporada. No te enfades, por fa -dijo la joven poniendo morritos, entre divertida y arrepentida de verdad-.

-Eso por descontado, pero no solo eso, te has quedado sin cascos. Estás castigada y, de momento, los cascos quedan confiscados. Tráelos ahora mismo.

Carol palideció y empezó a tartamudear. Los había perdido. La cosa se acababa de poner seria. Era consciente de que estaba en un buen lio. 

Daniel suspiró y se quedó en silencio mirándola. Se levantó del sofá y la dijo con extrema frialdad:

-Bájate las bragas, levántate el camisón y ponte de rodillas en el suelo. Ni se te ocurra moverte hasta que yo vuelva -acto seguido salió de la habitación-.

 Unos cinco minutos después regresó, cuchara de madera en mano, y se sentó en el sofá.

 -Levántate. Gastas lo que no está en los escritos, me desobedeces comprando algo que te prohibí que comprases, y encima vas, y en menos de una semana lo pierdes. Parece que no entiendes el valor del dinero. Pues te lo voy a explicar de la única forma que parece que entiendes las cosas. Túmbate.

 -Pero es que...

 -Ni una palabra. Túmbate ahora mismo.

 Carol, con el rostro desencajado, se tumbó sobre una de las rodillas de Daniel, quedando su culo levantado y expuesto, mientras el tronco y los brazos descansaban sobre el sofá. Las bragas le colgaban sueltas alrededor de las pantorrillas y el camisón de flores se arrugaba por encima de su cintura.

 Daniel la agarro por la cadera y comenzó a azotarla con la cuchara. Los golpes eran duros y secos. Seguidos, uno tras otro, con cadencia de paso militar. Al principio solo se escuchaba el sonido sordo de la cuchara impactando contra los cachetes de la chica pero, poco a poco, algunos gemidos agudos se iban incorporando a la acústica de la habitación.

 La pobre Carol apretaba los ojos con fuerza, intentando aguantar lo mejor posible la lluvia de implacables azotes. Sabía que cuando Daniel se enfadaba de verdad, azotaba como si fuese una máquina que con ritmo mecánico e infalible hace su trabajo hasta el final, sin tener en cuenta nada más.

 No podía aguantarlo. La azotaina no parecía terminar nunca y dolía demasiado. Los gemidos dieron paso a gritos ahogados. Carol no paraba de retorcerse sobre la pierna de Daniel, que seguía azotándola con la determinación de un autómata. Entonces no pudo evitarlo. Cometió el error de taparse el culo con la mano y girar sobre si misma para evitar el enésimo golpe de cuchara. Supo al instante que había cometido un terrible error.

 -Ahora si que tienes un problema, jovencita.

 -No, por favor -gimoteó Carolina-.

 Daniel la afianzó sobre su rodilla y la agarro de la muñeca, sujetándola la mano detras de la espalda. Inmediatamente una lluvia de azotes impactó sobre el culo desnudo y dolorido de la joven, con la violencia de una tormenta de granizo. Los azotes eran rápidos y fuertes como pocas veces los había recibido. La pobre chiquilla había roto a llorar a moco tendido y cada azote que recibía suponía un auténtico suplicio. 

 Por fin pareció llegar la calma. Los azotes cesaron de repente. Daniel no decía nada y solo se escuchaban los sollozos de Carol ahogados contra el sofá. hasta que de repente y sin previo aviso, una serie de diez azotes rápidos, los más duros que Carol había recibido jamás, sorprendieron a nuestra pequeña spankee. Los gritos durante estos diez últimos azotes, hacían que se le encogiese el alma a cualquiera. Después del último azote, a causa del llanto, los sollozos y la angustia, Carol sufrió un pequeño ataque de tos. Daniel la dijo que se incorporase y la consoló entre sus brazos, mientras secaba su rostro empapado en lágrimas.

-Ahora vete al rincón y piensa en lo que has hecho. Espero que hayas entendido el valor del dinero.

La besó en la frente y la pequeña Carol obedeció. Se fue al rincón sin rechistar, caminando con dificultad porque las braguitas, que aun le colgaban de los tobillos, la impedían dar pasos más largos.

Con el culo al aire, cara a la pared y el silencio, roto únicamente por los sollozos de Carol dominando la habitación, una chica de 19 años acababa de aprender, por las malas, el valor del dinero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos gusta. Lo vivimos.

  El fuego del spanking te quema desde que te levantas hasta que te acuestas. Algunos vivimos este delicioso infierno desde que tenemos uso ...